07 febrero 2007

MI INTERIOR HUELE A TU MAQUILLAJE

Siempre que me siento inseguro cepillo mis chaquetas, las coloco en el armario, me acomodo y me pongo a verlas. Siempre que me siento inseguro oigo miles de grillos silbándome desde el techo; entonces voy a visitarte con mi mejor chaqueta, y me viene de pronto el dolor del tiempo a la garganta, como si me estuviese tragando una navaja. Una navaja vieja y piadosa que no corta, sólo obstruye el significado de las cosas en mi mente, cuestiona la horizontalidad del suelo y no hace más que revisar el color de mis zapatos.
Conforme me acerco al cristal de tu urna dorada me noto crecer las uñas, y pienso que no voy a poder encajar las manos en los bolsillos de mi chaqueta, mis pupilas discurren con inquietud pero sólo miran en una dirección, la del pasado. Ahora mis huesos bailan y mi carne se debilita, me vuelvo amorfo y doy gracias por tener una chaqueta que impida que los demás se topen con mi interior. Mi interior huele a tu maquillaje.
Siempre que me siento inseguro el olor agriado de tu maquillaje me salva y me desgarra, me traslada, me lleva al lugar en el que no esperar nada salvo que me mires.
Imbuido del dolor de tu maquillaje entro en tu pecera dispuesto a relatarte cosas que no he hecho; miro a mi alrededor y me veo rodeado de peces que te miran y sonríen, tú también los miras y sonríes. Ya estoy sentado en un taburete saboreando ese aroma, sintiéndome propietario de tu pasado mientras tú lo eres de mi futuro.
Me miras, te vas y vuelves con una copa. Los peces se extrañan de que no necesites preguntarme qué quiero beber, y te miran y no sonríen, y me miran y no sonríen; entonces recupero fuerzas para interpretar mi papel, enciendo un cigarro y me quito la chaqueta, es la señal. Así que vienes a mi encuentro y yo te relato cosas que no he hecho, pero que quise hacer; y tú me sonríes sólo a mí, y me traes copas sin que te lo tenga que pedir, y los otros ya no nos miran, no te sonríen al pedirte más bebidas o la cuenta. Cuando se van me miran pero no me importa, ya no soy amorfo, incluso me gustaría que oliesen en mí tu maquillaje.

Todo empezó cuando éramos dos inútiles que se miraban y reían; todo acabó cuando tú dejaste de ser inútil y yo dejé de reírme.

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