05 marzo 2011

GUITAR MAN

Te recuerdo arrellanado en el sillón con tu maltrecha guitarra acústica, a la que golpeabas como si fuese un ser vivo que podía responder a tus saludos sonando por sí sola. A tu lado, sobre una mesilla, un abarrotado cenicero con un porro que se apagó solo y un bongó tan antiguo que parecía hacer pertenecido al gran Francisco Aguabella. Recuerdo cuando preguntaste como al aire qué música me gustaba y alguien respondió por mí “rock”, lo que te llevó a contestar “Deep Purple, Status Quo”, directamente, sin matiz que valiera y a añadir, “yo también los escuché de pequeño, a esos y a Pink Floyd”. Yo repuse que escuchaba rock and roll en general, y tú tocaste unos rápidos acordes en los que querías compendiar todo lo que significaba esa música en su simpleza; “pop”, continué ya algo dubitativo, y trataste de tocar algo, “La Chica de Ayer” me parece, bromeando sobre la melodía. Después, sin que nadie te lo pidiera, lanzaste un discurso sobre los acordes básicos del pop y el rock, el blues, el 4x4 y no sé que más, y alabaste con pasión la pericia de los músicos de jazz, su espiritualidad y la abisal complejidad de sus notas. Salir de aquella estancia fue una verdadera bendición. Ahora, pasados tantos años, te veo con la misma guitarra, en otra estancia, convenciendo a otro joven de lo simple que es el rock and roll mientras tratas de tocar “Seven Nation Army”, y de lo baboso que es el pop, tarareando más que tocando una de los Planetas. Después, probablemente sin que nadie te lo haya pedido, te lanzarás a explicar lo limitados que son esos tipos que hacen esas canciones tan fáciles y tan simples mientras que tú no has compuesto ninguna, ahí sumergido, buscando tu espiritualidad en un abismo de complejidades.