08 junio 2012

BANK, BANK

Minutos antes de asistir a la concentración frente a la sucursal de Bank para protestar por las desorbitadas ayudas millonarias que recibirá del Estado, Rober sacó de su cartera las tarjetas de esa misma entidad y las guardó en un cajón junto a las requetesubrayadas condiciones de su inversión. Mientras se acercaba, deseando que las ayudas no fuesen retiradas del todo, recordó su patosa participación adolescente en el asalto a una caja de un pueblo, hecho que casi acaba con él y losa que aún le acompañaba. Cuando abrió su primera cuenta de ahorro como paso de gigante hacia la normalización social, en tiempos en que los bancos, tan distantes, podían ser miserables, generalmente insensibles, pero aún no te perseguían por teléfono para venderte cualquier cosa. Las domiciliaciones, las tarjetas, cuando todos le decían que ya nadie inteligente manejaba dinero en metálico, que eso era un engorro, que el dinero ya no era visible. La hipoteca, claro; y las inversiones, plazos y demás, porque, cómo podía tener sus ahorros parados, era una irresponsabilidad para con su futuro y sus hijos. Por algún incuestionable motivo el dinero perdía constantemente valor, y ahorrar no era sólo guardar, sino buscar rentabilidad, arañar, no quedarse quieto. Por último, rememoró la cara del empleado aquella mañana, su blanda sonrisa, sus preguntas insulsas sobre la familia mientras tecleaba, la seguridad con que se explicaba, el papeleo y, entre tanta cordialidad, una extraña sensación de cabo suelto sepultada entre alguna risa y frases vacías. El día en que el banco, invulnerable, decidió atracarlo definitivamente.



Publicado en el nº127 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a los bancos a la deriva.


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