14 junio 2013

SONRISITAS

Estoy en casa zapeando cualquier atisbo de mala noticia cuando recibo un mensaje en mi móvil Status6662. Es Juan, un antiguo compañero de trabajo en la empresa de telefonía. Ambos estábamos en Ventas, y a él lo despidieron hará unos tres meses. Por eso tiene mi número, claro. Últimamente se ha vuelto ecologista e “indignado” y se dedica a machacarme de vez en cuando. Pobre, a saber qué pinta tiene ahora. Esta noche le ha dado por recomendarme un documental sobre los desechos electrónicos del primer mundo que terminan en vertederos de África, “verdaderos cementerios de ciberbasura”, “el envés del progreso descerebrado”, teclea veloz. Por cierto, no soporto las sonrisitas con las que da por finalizadas sus peroratas por whatsapp.

   Cambio de canal y el documental ya ha empezado, va por la mitad. Creo que es en Ghana. Mientras me preparo la cena veo niños con cortes en los dedos revolviendo en la montaña de basura electrónica, arrancando cables, desmontando componentes de forma meticulosa y paciente. A muchos adolescentes buscadores de cobre les cuelga un cigarrillo de los labios mientras lanzan monitores contra el suelo. La voz del narrador se demora explicando la gravedad de los riesgos que corren (y que ellos seguramente obvian), debidos a su constante exposición a sustancias altamente cancerígenas. Actúan despreocupados mientras aspiran veneno y yo los observo con el mismo gesto de indiferencia. Es algo anodino, pesado, monótono. Ellos están a lo suyo y yo también. Así son las cosas. El cursi de Juan sigue mandando mensajes llenos de tópicos: “Es el reverso tenebroso de nuestra absurda carrera consumista”, “toda la basura que genera este desmesurado mundo global e interconectado”, “todos somos responsables”, “nuestra actitud nos estallará algún día en la cara”, “es obsceno”. La verdad es que quizá tenga razón. Puede que la carrera sea ciega y delirante, pero pienso que es mejor permanecer en ella usando el mejor vehículo posible. La mirada se pierde en un mar de chatarra y residuos electrónicos; datos brutales procedentes de una voz fría se mezclan con imágenes tan impactantes como habituales. Aguas estancadas y podridas, humo negro que invita a imaginar un olor agresivo, un aire irrespirable y tóxico. Los listos exportando sus problemas, en definitiva.

   Repaso en mi tablet la agenda para mañana, las visitas a empresas, los horarios de otra jornada sin final que muy bien puede tener como guinda otra andanada de mensajes apocalípticos, como hoy. Juan, rezo porque pronto te quedes sin saldo o sin conexión, gilipollas.

   Más ruiditos, otro mensajito de Juan. Lo busco pero no es él, se trata de Inma, otra compañera. Agresiva, descarada, se lleva a todos por delante. A veces me fastidia, sobre todo cuando me la juega, pero me gusta un montón. Aunque, la verdad, tampoco soporto las sonrisitas que adornan sus mensajes, en ocasiones tan aviesos. Vaya, también me recomienda el mismo documental, qué sorpresa, pero me dice que ya está terminando, me explica cómo localizarlo en You Tube y me pide que busque el minuto 32.15. “Ya verás”. Lo último que me esperaba es que Inma, una vez en zapatillas, fuese sensible a este tipo de problemática. Qué mujer más compleja.

   Corro y busco. Ahí está la imagen. Un grupo de chicos sonrientes muestran a la cámara algunos de sus hallazgos, entre los que destacan terminales un poco cascados del modelo Status6660, que nosotros introdujimos, no hace demasiado tiempo, entre nuestra clientela vendiéndolo con el latiguillo “este es el definitivo”. Otro mensaje de Inma: “¿Lo has visto?, no sabes qué gracia me ha hecho, cuántos recuerdos, Muackks”. Y se despide con una ristra de sonrisitas.



Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

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