05 septiembre 2013

CACHORROS

De vez en cuando, a la gente le da por exigir que los políticos cuenten con una carrera profesional previa o paralela a su dedicación a la política. Hay quien piensa que el desempeño de una actividad distinta les daría una perspectiva más amplia y rica de la sociedad a la que quieren dedicar sus esfuerzos. Los hay peores, que rozan lo cursi, relacionando el hecho de haber desarrollado un trabajo, una vocación con anterioridad, con la madurez, la ilusión y la capacidad de esfuerzo e incluso de sacrificio exigibles para trabajar por sus conciudadanos desde la política.

Todo esto son bobadas, desde luego. ¿Para qué necesita un político, incrustado en esta partitocracia tan estable, estar preparado intelectualmente?, ¿Van a ser él mismo alguna vez? ¿Para qué la formación, sino para adornar el currículo y tratar de arañar algún voto, poniéndose estupendo en las entrevistas?

Una persona sólidamente preparada, con criterios propios, tarde o temprano debe sentirse incómoda dentro de una política envasada al vacío donde la dedicación, el desarrollo de ideas y la rigurosidad solo tienen sitio en intersticios recónditos, alejados de los centros de poder, y en momentos muy concretos. Para el pensamiento y la creatividad teóricamente están los asesores y expertos, opiniones a sueldo siempre secundarias ante la mezquindad de turno.


En un país donde los partidos confunden con total naturalidad los intereses que les son propios con los generales, convirtiéndose en monstruosos vasos comunicantes con la administración pública sobre la que en cada momento ponen sus zarpas, lo necesario son los llamados cachorros del partido. Gente crecida a su sombra,  formada desde su juventud en el circunloquio y el lenguaje huero de la política más previsible, criada en su bazar de tópicos y demagogias. Conspiradores diarios. Pilotos automáticos acostumbrados a vivir dentro de una cadena de lealtades. Manipuladores de una realidad que hace mucho desapareció de su horizonte. Rostros impenetrables. Personas que atacan al contrario con una sonrisa; que mienten sin pestañear; que se dirigen al pueblo con el tono paternalista de quien se sabe miembro de una estructura de poder infranqueable;  que hacen cada cierto tiempo eso tan horrible de defenderse de sus tropelías culpando al de enfrente de haber hecho lo mismo con anterioridad, reconociendo implícitamente la impunidad real de su actuación política, obviando cualquier atisbo de rectificación o enmienda.

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