20 septiembre 2013

GIBRALTAR

Desde muy pequeña le había parecido una palabra misteriosa. “Gibraltar”, susurraba cuando la escuchaba en la televisión o en boca de los mayores. Era como uno de esos regalos inesperados que aparecen de tarde en tarde: cuando estaba a punto de olvidarla alguien la pronunciaba y así volvía a sus labios por una temporada.

Un día le preguntó a su abuela cómo era aquel sitio, y ésta le respondió, tras dudar un poco, que dependía, que a veces parecía muy grande y otras muy pequeño. La verdad es que en el mapa sí que resultaba minúsculo. Acaso un lugar mágico, al igual que otros de significado enigmático para ella que por todos eran mencionados. Como La República, país con una bandera muy bonita que ella nunca acertaba a encontrar en su atlas; hasta que acertó a comprender que, según le explicaron, era el nombre que muchos querían ponerle a España.

Generalmente la imaginaba como una montaña puntiaguda, con una puerta chiquitita; otras, puede que por asociación de ideas, como un perfecto triángulo, o quizá un diamante tallado que no dejaba nunca de brillar.


Su abuela tenía razón, durante largos períodos nadie hablaba de ella, se convertía en una cabeza de alfiler, una mota de polvo casi perdida en el mapa, y en otros momentos crecía y crecía hasta ocupar media España. Entonces se mostraba ante sus ojos infestada de monos y de coches que avanzaban muy lentamente; plagada de empresas; inundada de lanchas, de cartones de tabaco, de cosas caras y difíciles de encontrar puestas al alcance de la mano, de banderas al viento, de verjas, de policías. En esas ocasiones se transformaba en algo pesado y metálico en sus labios, con un cierto regusto ferruginoso; la agobiaba, y unas veces la escupía y otras optaba por tragársela. Se volvía tensa y agresiva, encendía los rostros en la tele y provocaba manoteos y gestos chulescos; sonrisas como aquellas con las que los gamberros del cole fanfarroneaban en el recreo. Pronunciarla entonces era como subir unos escalones muy altos: GI-BRAL-TAR. Le resultaba tan fatigosa que, estando un día en casa con su atlas, mientras recorría el contorno de la península ibérica, notó un impulso al sentirla cerca y decidió taparla con un trazo firme.



Publicado en el nº 175 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a Gibraltar.

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