07 noviembre 2013

LOU REED HA MUERTO

La primera vez que supe de Lou Reed no tenía ni idea de su infinita influencia, ni de su pasado, ni de su presente. Sostenía en mis manos la portada de “Transformer” mientras escuchaba las canciones más señeras del disco, las cuales pasaron a formar parte de una cinta variada que me estaban preparando. Al escuchar esos temas y ver la guitarra de la portada, lo primero que me vino a la cabeza fue que se trataba de un cantautor eléctrico. Treinta años después de aquella tarde, Lou Reed ha muerto; y en muchas informaciones al respecto ofrecidas por los medios de comunicación, vuelvo a leer titulares que remiten a su condición de poeta y cantautor eléctrico, y señalan como temas señeros algunos de los que me grabaron en aquella casete.

Ante cosas así, me queda una sensación como si algo no se hubiese movido un ápice. Como si esa tarde de mi adolescencia me hubiese zambullido en algo, y no hubiera salido a la superficie hasta esos fatídicos días en que Lou apareció en algunas portadas y telediarios que trasladaban a su público las mismas impresiones apresuradas e ingenuas que yo tuve en su momento. Algo parecido a nadar y nadar para aparecer en el mismo punto.


Cuando me enteré de su fallecimiento lo sentí (la inmensa mayoría de las veces lamento las muertes), y al mismo tiempo pensé que el personaje ya me pillaba un poco lejos. No seguía su carrera, no estaba tan presente como antes. Me equivocaba. Después de leer algunos obituarios y decantarme por evitar una escucha pormenorizada de sus discos (cosa que hubiera hecho durante horas en mis buenos tiempos), me dio por repasar sus elepés, tocarlos, mirar las portadas, recibir su aroma, que inmediatamente me caló por entero. Entonces supe que Lou Reed es inmortal, y que yo proyecto mi parte de esa inmortalidad, al igual que todos los que han escuchado, escuchan, o escucharán con pasión su música. Quiera o no, estará permanentemente vivo en algún rincón, despierto y en forma, presto a manifestarse en cualquier momento, siempre con algo que decir. Con sus contradicciones a cuestas y su cinismo. Con toda la crudeza disonante, el afilado esquema de ansiedad que trasmitía, la urgencia, el vértigo, el peligro que supuraba The Velvet Underground; con esa distancia y ajenidad con el público que marcó toda una manera de ser y actuar de miles de grupos. Con su lucha en solitario durante décadas frente a gigantes que parecían vivir dentro de él. Con su saco de momentos geniales, sus errores, su actitud nada acomodaticia, sus travesías del desierto, caminando siempre hacia delante, borrando incluso su rastro en ocasiones; arriesgando, buscando algo acaso inasible; queriendo retorcer conceptos, desnudarlos. Con la mirada en carne viva buceando entre los resortes más oscuros del amor. 

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