02 marzo 2014

PEDRO JOTA

Esta noche Jordi Évole (que está en los cielos, como ya dijimos hace un par de artículos) volverá a romper los marcadores de audiencia televisiva con la presencia del defenestrado Pedro J. Ramírez en su programa, “Salvados”.

Pedro J. siempre me ha parecido un personaje entre pintoresco y gélido, con su vanidad y sus tirantes, el control de sí mismo del que siempre ha hecho gala, su sonrisa algo taimada y ese trasfondo despiadado y cortante que rezuma. Una mezcla energética de cierto romanticismo, ambición, afán de protagonismo y temeridad que le otorgaban más relieve que al resto de cabezas visibles del periodismo patrio. Con todas sus sombras suponía un contraste demoledor con los otros directores de periódicos o revistas políticas (tan en boga en los setenta y ochenta), con su aire serio de salvadores de la democracia; más expertos en contener información que en mostrarla; maestros en el arte de ralentizar la realidad. Junto a él destacaba Juan Luis Cebrián, un auténtico especialista en caer de pie. Y es que aún no nos habíamos enterado de que la democracia española consistía en incorporar más y más gente al olimpo de personalidades que nos salvaba del desastre anterior, siempre latente. Mientras la prensa generalista se deleitaba en ejercer toda la influencia social y política que le había sido vedada, opinaba con gesto grave, se hacía eco de conspiraciones de pasillo, confabulaba, y se paseaba por aquel presente tan cambiante y progresivamente hediondo con una margarita mustia en la mano, Pedro y los suyos descubrían cosas que nadie quería descubrir, ese lado oscuro y corrompido de “la liebre de Europa” que comenzaba a extenderse de espaldas a unos ciudadanos aún ilusionados con su joven democracia. El tipo de derechas, liberal sin ambages, tan carismático como irritante en sus alocuciones, según muchos, siempre sacaba a la luz lo que sacaba sirviendo a intereses espurios, pero al menos lo hacía. Y justo es reconocer que sin su presencia, por las venas de nuestra sociedad hubiese circulado muchísima menos verdad.

Tras el 11-M, su periodismo incansable abrazó el delirio; como un defensa marcador violento y torpe, fue desquiciándose. Dio pábulo y sacó punta a cualquier minucia, enrocándose y amarilleándose sin ningún pudor en su intento de demostrar cosas para las que no consiguió aportar las pruebas sólidas que tales acusaciones requerían. Después de su evidente sintonía con José María Aznar, esta actitud cerril, esta carrera a tumba abierta, le fue apartando progresivamente de un buen número de lectores más o menos fieles que, aún sin coincidir ideológicamente con la línea editorial de su periódico, sí apreciaban su vitalidad y afán investigador.

Ahora le han cesado como director de El Mundo por, según dicen los que saben de esto, sus ataques al gobierno de Rajoy y el tratamiento del caso Bárcenas (aunque la verdad es que los datos sobre casos de corrupción de los populares continúan arreciando en los titulares del periódico). Centenares de miles de criaturas se han alegrado de que lo quiten de en medio, pero han sido cautos en sus celebraciones. No parece cosa para tirar cohetes que un director de periódico sea apartado por tocar temas delicados para el poder. Y tampoco queda bien aplaudir que quien haga rodar esa cabeza sea la derecha. Si es la izquierda siempre responde a un acto de higiene democrática digo de aplauso: el 14 de marzo de 2.004, José Luis Rodríguez Zapatero, en su primera aparición pública como nuevo presidente del Gobierno, pidió a sus excitados correligionarios un minuto de silencio por las víctimas del atentado terrorista más brutal acontecido en la historia de España, sucedido hacía solo tres días. Nada más terminar ese receso en el que se oían todas las respiraciones, el primer cántico futbolero de los presentes fue contra un periodista: clamaron contra Alfredo Urdaci, polémico presentador del telediario, pero un busto parlante más, al fin y al cabo; le recordaban con guasa que pronto estaría en la calle, como así fue. Es esta una práctica habitual de todos los gobiernos, pero que las bases presuman de ello, y más en momentos históricos como aquellos, da mucho que pensar.


No tengo ni idea de por dónde anda Alfredo, pero estoy seguro de que Pedro J. seguirá jugando por mucho tiempo en el mismo tablero que sus rivales. Espero sinceramente no tener que echarlo de menos.

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