01 abril 2014

MENSAJE EN UNA BOTELLA (24)

ELOY TIZÓN “Técnicas de iluminación” (Páginas de espuma, 2.013)


Una afirmación intimidante de mi amigo El Céfiro me puso sobre aviso, “no se puede escribir mejor”, decía. Ante eso no tuve más remedio que zambullirme en la lectura, no sin antes, por precaución, obligarme a seguir la dieta (muy recomendable) de un relato diario. Diez días de viaje.

Desde la primera página me he encontrado ante una prosa sorprendente, meditada, tan medida como arriesgada. Precisión de acróbata. Avanzando (respirando) con un ritmo muy particular. Efectivamente, desde el comienzo de la lectura me he sentido a lomos de algo que me transporta sin asideros, moviéndose sin mi consentimiento. Algo que camina sobre un mullido despliegue de ideas y percepciones que a veces se vuelven fango, arañan o incluso chocan con saña entre sí. Te embarga la sensación de que si no paras vas a perder un equilibrio que se ha vuelto precario, mientras incubas el cosquilleo de la certeza de que una historia circula bajo tus pies, algo susceptible de terminar cayendo sobre ti como un terraplén o bien de emerger como un castillo con vida propia, probablemente desde un párrafo tan breve y determinante como un secreto. Es vivir en el placer del continuo acecho de la metáfora paralizante, definitiva. Enfrentando textos muchas veces entintados de ironía, en unos relatos en los que el humor ofrece su lado frío. Inmerso en un burbujear de comparaciones que erigen una realidad tan absurda como inquietante, plena de fascinación. La vida convertida en un jeroglífico plagado de trampas y borrones, untuoso y tangible, tan cercano que te cerca. Un transcurrir entre flores raras que estallan de color a tu paso para mostrarte un interior acre y voluptuoso.

Pero realmente estás en mitad de la calle; te cuentan algo que te sabe a cotidiano, que resulta vagamente familiar incluso. Pero de pronto alguien rompe el cristal de lo usual con una silla y por la hendidura comienzan a colarse con elocuencia imágenes vigorosas y sensaciones graníticas en su exactitud, del todo inesperadas. De esas que atraen y de las que no puedes librarte, que anidan en ti; acaso consiguiendo que te sientas un extraño, un ser desnudo desentrañando un texto que es una sinfonía que no deja de soltar chispas.

Me imagino a Eloy Tizón volviendo a su casa día tras día y volcando sobre la mesa de trabajo todo lo que han recogido sus pupilas. O teniendo una idea de pronto, sin cambiar el gesto ni comentarlo con nadie. Lo veo retomar entre silencios y paciencia esa idea que muchas veces tiene forma de hilo desconocido que se pega a la ropa, o de empanada, e irla ordenando, modelando, haciendo tiras, poniéndola a secar; dejándole espacio para crecer y ramificarse o envolverse en una espiral. Recortarla, plasmarla, medirla, comprobarle el pulso. Ir tallando con cierta sorpresa las piezas que armarán el rompecabezas. Agobiarse, sentirse encerrado, y finalmente sacar la cabeza por algún lado, tras distanciarse para volver a recoger en sus pupilas lo que el texto les muestra y volcarlo metódicamente, otra vez, dentro del relato.

“Técnicas de iluminación” toma la temperatura a la vida en su galopar para explicarnos su fiebre. Es un viaje que disfruta creando con esmero sus propias curvas para después trazarlas a la perfección. Un complejo andamiaje pensado para construir un edificio, seguramente distinto, en cada uno de nosotros.

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