07 mayo 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (9 de 20)

9. SI NO HAY ODIO, NO HAY ROCK AND ROLL

   Esa popularidad de que gozaba la banda asturiana se redujo de manera progresiva a partir del año siguiente, aunque se mantuvo aceptablemente gracias a la inercia del segundo elepé y a la fidelidad de los roqueros, aún numerosos y atentos. Es significativo el hecho de la gran cantidad de gente que conocía a Ilegales pero que, preguntada con posterioridad, desconoce por completo la existencia de temas como “Eres una puta” o “El norte está lleno de frío”. “Todos están muertos” (Epic, 1.985), es un disco que parece, desde su portada, una pétrea respuesta al anterior, un punzante alivio tras una fugaz invasión en terreno enemigo para dejar su marca. Vuelven las canciones directas y cortas, con esos finales en seco; la sangre vuelve a circular hirviente por el esquema eficiente del trío. Efectos los mínimos. La economía del riff certero. Procacidad (con temas censurados en emisoras de radio incluidos), escenas callejeras, héroes-víctimas anónimos, reflexiones al vuelo, viñetas ásperas, actitud gamberra e ironía. Ahí están la urgencia y las esquirlas punk de la inolvidable “Ella saltó por la ventana”, “Qué mal huelen los muertos” o del tremendo inicio y la acerada pegada de “El norte está lleno de frío”, esa panorámica de violencia, desazón y callejones sin salida; unida para siempre a “Enamorados de Varsovia”, composición en la senda sombría y fatal de “La casa del misterio”, con sus ecos de Pink Floyd, a la que, tras ser grabada y desechada para los dos elepés anteriores, encuentran por fin el pulso en este. Aquí laten también las ávidas exploraciones en los cincuenta del Jorge rocker en “Harto de ser el malo del lugar”, “Eres una puta”, “Bestia, bestia”, “No me gusta el trabajo” o “Hacer mucho ruido”, deudor del clásico “Goo goo muck”. Los Clash vuelven en “Un invasor en la capital” y, como despedida, “Sin remedio” vuelve la mirada por enésima vez al mundo de la calle y la delincuencia con una visión esta vez  lúcida y evocadora, colocada de nuevo bajo el prisma del sonido de guitarra de David Gilmour: planeador y contenido, doliente, cristalino; tan frío y oscuro como extraído de un agujero negro.


   Al año siguiente, el doble elepé “Directo” (Discóbolo-Nuevos Medios), grabado de forma algo accidentada el 1 de noviembre de 1.986 en la sala Big Ben de Mollerusa (Lérida), sirve de broche a la primera trilogía, la que más popularidad les depararía. Un acertado listado que se encarga con tino de recuperar temas antiguos no incluidos en los elepés, a esas alturas ya inencontrables. Con él inauguran Discóbolo records, su primer sello propio.



   Para 1.987 David y Willy empiezan a tener problemas con la heroína. El primero es detenido por posesión pocas semanas antes de una serie de actuaciones por Sudamérica, de lo que nos ocuparemos después. Aparece Alfonso Lantero en el horizonte, preparándose con presteza los temas para evitar la suspensión de aquellos conciertos.


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