15 agosto 2014

MENSAJE EN UNA BOTELLA (25)

NEIL YOUNG “MEMORIAS DE NEIL YOUNG. EL SUEÑO DE UN HIPPIE” (“WAGING HEAVY PEACE”. TRAD. ABEL DEBRITTO, 2.014)




Después de leer estas memorias de Neil Young he llegado a la conclusión de que es tal y como lo había imaginado. Siempre lo percibí como una rara avis sin poses ni estridencias; un tipo cabezón y peculiar que atravesaba las décadas desde una posición personal  insobornable; inquieto y curioso por naturaleza. Sobreviviendo y superando las continuas trampas del encasillamiento, en constante huida del anquilosamiento que acecha a la leyenda. Capaz de manejar el silencio, de desarrollar el concepto melódico más puro y trascendente, la tormenta eléctrica más incisiva, la atmósfera opresiva, de abrazarse a la experimentación sin red.

La estructura del libro en pequeños capítulos sin orden temporal anima el viaje y disminuye el riesgo de pesadez, del apelmazamiento y la acumulación anodina de datos de la narración cronológica. Pero Neil, un tipo activo y comunicativo, escribe lo que le da la gana, probablemente incluso alterando la planificación inicial de estas memorias. Por ello es capaz de extenderse en prolijas descripciones técnicas de sus variopintos proyectos y aficiones (trenes, Puretone/Pono (esa entregada obsesión por solucionar la falta de calidad del sonido que se nos ofrece desde la urgencia de las nuevas tecnologías) o Lincvolt (el cochazo que respeta el medio ambiente)); llegando a compartir partes de artículos publicados por él al respecto o definiciones extraídas directamente de Wikipedia. Aparte de estas caprichosas inserciones, libre de corsé, el texto salta de recuerdo en recuerdo, liberando al autor y dotando de agilidad y fuerzas renovadas a la narración mediante cambios radicales de tercio. Esta relajación discursiva favorece la aparición de amplias vetas de ironía y da pie a golosas digresiones y conexiones libres, dando lugar también, en ocasiones, a la reiteración de algunos datos o informaciones.



Un muy sereno Neil Young se muestra agradecido, conciliador, a la vez íntimo y distante. Rinde tributo a sus colaboradores y homenajea desde el calor de la amistad y la gratitud a los que ya no están. Juguetón, maneja un lenguaje directo, coloquial y sencillo. Busca la complicidad con el lector desgranando con eficacia y delectación un rico anecdotario; le interpela, bromea con él, le reta. Transmite sinceridad, cierto despojamiento, y en determinados pasajes se deja ir entre el misticismo y lo lírico. Reconoce errores, hace frente a momentos dolorosos, apunta frustraciones pero no carga las tintas contra nadie ni se dedica a lanzarnos carnaza con una catapulta. A veces parece ejercer un relajado exorcismo, enjuagando oscuridades y sombras en el agua fresca y clara de la humildad, de la cercanía.

En definitiva, nos invita a rememorar con él sentados en la silla de al lado mientras teclea y habla de otra cosa a la vez. Nos contagia su ilusión, su apasionamiento, haciéndonos partícipes de una cotidianidad intensa, de las decenas de pequeña cosas que lo renuevan día a día y lo mantienen alerta. Se cuelan recuerdos cargados de ingenuidad y sabor, manías, costumbres, curiosidades esclarecedoras (como las circunstancias de la grabación de “Helpless” (págs. 199 y 200)), o instantes perdidos que Neil fija para siempre en este libro. Valoro especialmente conocer las sensaciones más íntimas que experimentaba en momentos que han acabado siendo fundamentales para nuestra percepción del rock, la cultura o incluso la política. No veo rastro de esa tentación, en que se cae con tanta frecuencia en este tipo de libros, de continuar perpetuando la leyenda, o de contarte lo que estás acostumbrado a oír.




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