08 diciembre 2015

7-D. EL DEBATE

Los debates electorales, y cuanto a más alto nivel peor, suelen ser charlas de vendedores que se pegan delante de todo el mundo mientras repasan mentalmente lo que tienen que decir en el siguiente bloque. El de anoche fue de esos, claro, y contó con el acicate de la agilidad que marcaban los moderadores y de sus toques de espuela, a base de preguntas incisivas que hacían dar saltitos a los tres candidatos, y sobre todo a la no candidata. Todo lo que no sean debates por bloques, en los que no sea determinante si miras o no el reloj, me parece un insulto a estas alturas y en la situación en la que estamos. Las personas que he conocido a lo largo de mi vida que hacían las cosas bien, o que al menos lo intentaban de corazón, eran ante todo discretas, poco amigas del primer plano o del ataque gratuito o interesado. Soy de los que piensan que necesitamos sangre nueva (no necesariamente joven) y, sobre todo, sangre sería y responsable. Gente pudorosa.

Lo de anoche, con sus ridículos grupos de seguidores en las gradas y su despliegue a lo Gran Hermano, sólo exento de confeti, no aportó nada nuevo a nadie que haya seguido mínimamente esta larguísima campaña de un año casi exacto de duración. Fue lo de siempre: poner a prueba al vendedor de cara al público, ahora sin atril y sin aparatos. Un examen oral bajo los focos de la capacidad para aprenderse la lección, para salir del paso o de improvisar un dato o una maldad que arranque vítores a los tertulianos y a los articulistas de pluma tan afilada como automática. Este debate tenía ese punto de estrategia deportiva que alborota a los del mundillo (prensa, afiliados, seguidores…), sube audiencias, rellena páginas en los periódicos y deja a la gente que aún tiene preguntas en la cabeza esperando más, bastante más.  Los candidatos debían salir a vender, pero también a no perder lo que ya tenían. Defensa y ataque. Amago y cintura. Arenas movedizas en las que Rajoy se hundiría en el primer minuto, antes incluso de subirse las gafas, parpadear desordenadamente, retorcerse las manos o apelar al sentido común con la lengua seca. Creo que ausentarse ha sido lo mejor para sus intereses personales. Lo imagino partiéndose de risa con los montajes que sobre el tema circulan por la red.


No sé qué pensó el presidente del Gobierno mientras veía el debate, sí creo que Pedro Sánchez en algún momento echó de menos estar allí, junto a Mariano, al lado de la chimenea, haciendo chistes sobre Pablo y Albert. Pienso que Pedro perdió, parecía trasplantado, fuera de sitio. Le viene mejor tener delante un atril, desde luego. Sólo el fuerte ascendiente que el PSOE todavía conserva sobre una parte importante de la sociedad lo sostuvo y lo sostiene (por eso se limitó a aprovechar los minutos en que pudiese dirigirse directamente al telespectador; por eso ha decidido anotar en el haber de su partido todos los logros de nuestra democracia). Si hubiese sido representante de alguna otra opción emergente se hubiera diluido como un cubito de hielo, sin más. Sáenz de Santamaría no tumbó a nadie, pero salió viva; era lo que había planeado Rajoy, sabe que los rivales la respetan y que el ataque directo, personal, es siempre menos efectivo si no se ven el primer plano y la actitud de quien ha de encajar los golpes. No creo que Albert Rivera sea ese Robocop capitalista fabricado en secreto por el Ibex 35 que nos quieren colocar, pero sin duda es el más vendedor de los cuatro. De ahí esa campaña de crowdfunding que acaba de lanzar, que me empujó a mirar el calendario con la esperanza de que fuese 28 de diciembre. Se trata de algo que sólo es capaz de idear alguien que confíe ciegamente en el mercado y sus técnicas. Aún así parece vivo, se muestra seguro de su propuesta, tenaz. Son cualidades que comparten, para bien o para mal los líderes de Ciudadanos y Podemos. Ambos saben que llevan su apuesta política sobre los hombros. No han crecido en el aparato de un gran partido, no arrastran ese lastre de lealtades, deudas pendientes, fuego amigo agazapado y componendas; no tienen esos tics mecánicos de los otros candidatos, son más joviales, quizá más irreflexivos o incluso imprevisibles, pero más reales. Albert, constreñido por el vértigo del triunfo posible, creo que ha desperdiciado la gran oportunidad de dar el salto, pero no pienso que haya perdido apoyos. Pablo Iglesias estuvo bien, con su calma, sus pullitas y sus arranques de demagogia bien acompasada. Estuvo tranquilo, pelín crecidito en sus llamadas a la calma y algo pasado de  tergiversadoras vueltas teóricas, sobre todo cuando dijo no sé qué de los andaluces manifestándose para pertenecer a España. Contentó a su parroquia, y cada vez que miraba dulcemente a Pedro le arrebataba un par de miles de votos. Creo que los votantes del PSOE que no veían con malos ojos a Podemos anoche se fueron mayoritariamente con Pablo, y que Pedro perdió a casi todos los indecisos que pretendía recuperar. Por último, Alberto Garzón, con su discurso llano, documentado y didáctico, hubiese pescado en el mar de mohines y comentarios sotto voce de Pedro Sánchez, y hubiera determinado muchísimo el efecto del despliegue argumental de Pablo Iglesias, quizá el más beneficiado por su ausencia. 

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